sábado, 30 de enero de 2010

HOJA EN BLANCO

El no sabe que escribir, se siente atemorizado, confundido, ansioso. Se siente ante una gran presión interna, no se trata de escribir una poesía mas, de esas que tanto le gusta escribir y en las cuales se muestra tal cual es, entregando su alma y su corazón al posible destinatario, ya que no sabe si algún día le entregara dichas poesías a esa persona.

Ahora es distinto, es un cuento y no es un cuento cualquiera, es el primer cuento por encargo, si…. se lo encargaron y por primera vez va a escuchar una opinión objetiva, una opinión de alguien experimentado, que tiene sentido crítico, ya no se trata de la respuesta de los amigos o familiares a los que siempre les agrada leer lo que escribe y aunque para él sea desagradable lo escrito, ellos le van a decir: -Está bueno, te pongo un diez-, y eso le da otro valor a ese cuento, a ese bendito momento que espero siempre en que por fin tenga que escribir “de verdad”, él siempre esperó esa exigencia pero ahora, lo que más anhelaba, lo aterra infinitamente.

Sigue pensando y eligiendo meticulosamente palabra por palabra, tratando de darle forma y sentido al cuento, y es difícil, pero al fin y al cabo es lo que le gusta y se esfuerza por lograrlo para así vencer al famoso fantasma de la hoja en blanco. Ese fantasma que lo mira con un tono amenazador, desafiante, que se cree que puede vivir para siempre en su hoja y que se burla y se le ríe en la cara cuando ve que es incapaz de poner una mísera palabra en ella.

Ya es medianoche, está solo en su habitación y piensa en que mañana le llegará la idea perfecta, aquella que lo ilumine de una vez por todas y lo libre para siempre de esa angustia, para que por fin pueda mirar al cielo y gritar a los cuatro vientos: ¡Sí señores, voy a escribir… otro cuento!

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