sábado, 30 de enero de 2010

EL PAREDÓN

A él lo condenaron sin razón, por un delito que no cometió, lo condenaron a la pena más dura que puede recibir cualquier ser humano de este mundo: la muerte. Sus súplicas y lamentos eran en vano, ya nada lo podía salvar de su trágico destino, solamente un milagro…

Se despertó esa mañana en su celda sucia y angosta, acompañado de su cama y su silla, únicos testigos de su soledad, su angustia y su impotencia, y porque no, de su inocencia ante lo sucedido. Respiró profundo y se sentó a meditar por última vez, preguntándose incansablemente por que tenía que pagar la pena de otro. Pero no hallaba respuesta alguna a sus interrogantes.

Las horas pasaban y el momento culmine se acercaba, ya comenzaba a resignarse ante su suerte… horas y horas de rezo hacia un posible Dios no habían logrado en absoluto modificar su situación, hasta el punto tal en que llegó al borde de dudar de su fe ante tamaña injusticia. Pero toda esta angustia se iba a aplacar en cuestión de minutos, ya no sufriría más, ya no más rezos ni plegarias, en un corto plazo encontraría la paz eterna, el reposo, la calma.

Se abre la puerta de la celda y los oficiales le ordenan que salga y esposado lo conducen hacia el patio principal del pabellón, en donde un grupo de soldados armados aguardan para ejecutar la pena máxima. La caminata hacia el patio principal se hacia de manera lenta y silenciosa, ningún ruido alteraba el ambiente del lugar, hasta se podía respirar la tensión del ambiente.

Ya en el patio se procede a vendarle los ojos como es costumbre antes de la ejecución de cualquier persona, esos segundos de luz en sus ojos iban a ser imborrables de su mente y corazón… Ahora era todo oscuridad y lo ubican de frente a los soldados que en segundos cumplirán la orden mortal. Como un acto de protocolo el oficial a cargo de dar la orden se acerca hasta él y le pregunta cual es su última voluntad. Totalmente resignado él pide estar de espaldas a los soldados que dispararán, quiere respirar el olor del paredón que lo contendrá por última vez. Se cumple ese pedido y se encuentra todo listo para la ejecución.

Se escucha la orden de preparar las armas y él comienza a apretar sus muelas con una fuerza casi incontrolable, se escucha la orden de apuntar hacia su cuerpo cuando tal vez en un último intento de salvación él apoya sus manos sobre el paredón y en cuestión de segundos su cuerpo atraviesa el mismo y desaparece por completo ante la mirada atónita de los soldados allí presentes.

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